A principios de diciembre estuve el finde en Andorra la Vella (si sabes dónde está, puedes saltarte este paréntesis, si no pues es la capital del Principado de Andorra, un pequeño país en los Pirineos, entre Francia y España). Solemos subir bastante a menudo porque está relativamente cerca y nos encanta la zona –subir, porque hay que ir hacia el norte y hacia arriba-: es acogedora a la vez que cosmopolita.
Normalmente damos una vuelta por sus calles, compramos productos franceses o nos escapamos a algún monte cercano, pero esta vez quise investigar un poco los caminitos que veía alrededor de la ciudad, sobre todo uno que empezaba con una rampa de unos 30º de inclinación.
Siempre me había llamado la atención esa cuesta de piedra que hay en la carretera, y quedaba lo suficientemente cerca del hotel como para escaparme, así que me desperté a las 7 am y me fui a buen ritmo hacia allí. La subí intentando no pararme y al llegar arriba encontré un bonito camino llamado Passeig del Rec de l’Òbac.
Empezaba asfaltado hasta convertirse en senda:
Estaba a 1ºC y era pronto, así que el sol aún no había dicho buenos días en la zona aunque ya había amanecido. Imaginé que era la primera persona que pasaba por allí porque todas esas hojas marrones crepitaban bajo mis pies. Al principio pensé que era porque ya estaban secas pero el sonido que hacían no me era muy familiar, así que paré y las miré más de cerca: todas las hojas estaban cubiertas de rosada helada.
Ese tramo fue muy bonito. Mira qué vistas tenía de Andorra la Vella:
Más adelante tuve que cruzar hacia la ciudad y seguí ascendiendo por las calles hasta llegar a Escaldes-Engordany (es un pueblo que está pegadito). Me paré en la Placeta de Madriu, donde el río Madriu se une al Valira d’Orient, para ver el puente románico d’Engordany. De ahí volví hacia abajo, al hotel.
Fue un camino corto, solo para salir a respirar aire fresco, pero valió la pena.
Esta fue la ruta que hice:
Otro día intentaré buscar una ruta más larga para volver a salir a correr por allí.